"Mi casa está desbaratada completa. Mi casa está como nosotros, enferma. Por donde quiera que uno anda, ella grita".

La enfermedad del inmueble que comparten Pascual y su esposa María Virginia Rivera no la trajo Fiona, es crónica desde que fue devastado como gran parte de Puerto Rico por el huracán María en 2017.

Desgarradoras como se ven las imágenes que retratan con lo que lidian a diario, no se comparan con lo que María Virginia y su esposo han experimentado, física y mentalmente.

"Mi esposo está enfermo y yo tuve una operación bien grande en la cabeza y aquí estamos luchando con lo poquito que tenemos. Él no camina… camina, pero doblado porque él tiene 87 años", dijo María Virginia Rivera, damnificada por el huracán María hoy viviendo entre escombros.

Entre visitas al hospital para quimio y radioterapia, después que los oncólogos le retiraran un tumor cerebral del tamaño de una bola de baseball, María Virginia logró someter una solicitud de alivio federal.

FEMA le dio 1,800 dólares, que no iban a alcanzar ni entonces ni ahora para reparar el techo, mismo que pudo tapar antes de que Fiona azotara Loiza, gracias a la labor de una organizadora comunitaria.

"Ella me resolvió con dos toldos y después faltaba la mitad de la casa así que me trajo otro y con eso resolvimos", dijo María.

Toldos azules.

Esos toldos azules de lona hacen que su techo sea uno de las miles que saltan a la vista al sobrevolar Puerto Rico, apenas un curita para las heridas en la isla que llevan cinco años sangrando.

"Desde Maria no puedo poner mi lavadora. En mi casa se mojan los cuartos, está toda desbaratada, toda llena de polilla", agregó María.

Eso significa cinco años de tener que lavar a mano y refugiarse en casa de su hija cuando va a llover.

Maria Virginia solicitó apoyo a través del Programa de Reconstrucción, Reparación o Reubicación conocido como R3 y administrado por el gobierno de la isla con fondos del Departamento de Vivienda y Desarrollo Humano federal.

"Nosotros llenamos todos los papeles, todo, todo, todo y los papeles están ahí", dijo María.

Le autorizaron la ayuda este año, pero Rivera, acostumbrada a los obstáculos, se encontraría con el peor de ellos.

"No me dieron permiso los dueños de la finca para que yo hiciera mi casita aquí, ya hemos pedido ayuda vienen y dicen: 'te voy a dar tanto, te voy a dar tanto más, te voy a dar esto otro tanto' y los tantos nunca aparecen".

Por ello, aun después que regrese la electricidad que se robó el Huracán Fiona, el único hogar que María conoce desde que se mudó a él a los siete años de edad de la mano de su abuela y donde crió a los hijos y nietos que después tendría, seguirá de forma indefinida viéndose desde el cielo, con su techo azul como el mar de Puerto Rico.